Los relatos de Dino Buzzati (III)
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Una pintura de Buzzati de 1967.
Dada la gran cantidad de piezas que reúne, Historias del atardecer puede y debe entenderse como un libro de artículos periodísticos antes que como una selección de cuentos. Ni siquiera el gran Guy de Maupassant, uno de mis cuentistas favoritos -ya reseñado en esta bitácora en anteriores ocasiones- autor de aliento especialmente dado al cuento, reúne tantos en un solo volumen como Buzzati. Los del italiano son cuentos sin más ficción que un somero apunte para aludir a la actualidad pues, al cabo, se trata de textos periodísticos para leer, con más detenimiento que los artículos de información general, en el Corriere della Sera, que por ser un vespertino, ya cabe imaginarle una lectura más pausada, al llegar a casa después del trabajo -el Corriere…se ponía a la venta a las nueve de la noche-, que a los matutinos, leídos al comienzo del día, con todas las actividades cotidianas por hacer. Sin olvidar que, desde 1903, este rotativo milanés venía publicando por entregas -desconozco si lo seguirá haciendo- una novela mensual. Supongo que Pier Paolo Pasolini, Italo Calvino u Oriana Fallaci, entre otros notables colaboradores del Corriere… también escribieron para aquellas páginas algo semejante a lo que, hace ahora cincuenta y ocho años, la entrañable Colección Reno presentó a los lectores españoles bajo el título de Historias del atardecer.
Historias que pueden entenderse como ilustraciones de un tema de actualidad. Probablemente, la pugna entre ricos y pobres lo ha estado desde que surgió el movimiento obrero en las postrimerías de la Inglaterra dieciochesca. En El huevo, Buzzati alude a la lucha de clases, tan en boga en los años 60, merced a una asistenta por horas, Gilda Soso, que viste a su hija con sus mejores galas para que la muchacha, Antonella, pueda participar en un juego de pequeñas burguesitas, el huevo en cuestión. Cuando, por una incidencia de la partida, Antonella acaba peleándose con otra muchacha, se descubre la impostura de la madre y se monta un verdadero escándalo.
Eso es lo que hay cuando, por un prodigio semejante a aquel en que los pobres ascienden a los cielos en Milagro en Milán (1951), la más floja de las cintas neorrealistas de Vittorio De Sica, cuyo espíritu parece inspirar la historia de Buzzati, apenas deciden llevarse a Gilda a la comisaría, comienzan a morirse todos aquellos a los que ella les desea el deceso.
Finalmente, Gilda consigue refugiarse en su casa. Rodeada allí por tanques, es requerida para deponer su actitud por el secretario de la ONU. Toda una exaltación de esa idea, extendidísima, de la bondad infinita de los pobres. Antonella no quiere más que un huevo como el del juego. Para satisfacerla, llegan dos camiones cargados de huevos, pero a la niña le basta con el más pequeño, como el que tenía cuando todo se desató. Si Buzzati no fuera el autor de El desierto de los tártaros, El huevo sería una ridiculez.
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El golf era uno de esos deportes que, en los años 60, comenzaron a practicar las elites, a imitación de las que dirigían el mundo anglosajón, modelo de la época. Más exclusivo aún que el tenis, que en aquellos años aún estaba por democratizar, dudo que en la actualidad se haya democratizado, aunque lo practiquen notables izquierdistas, incluso miembros del gabinete socialista que gobierna la España de nuestro infausto tiempo para desgracia de Madrid.
El protagonista del Hoyo décimo octavo es uno de esos nuevos ricos que, es de suponer, juega al golf por lo que ello significa. Y en ello está cuando empiezan a rodearle las moscas a la vez que se siente mal y acaba convirtiéndose en un sapo. El buen rollo de Buzzati, leído casi sesenta años después de la redacción de los textos, llega a ser tan simplón como cargante. Máxime si consideramos la obra maestra de este autor.
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Aunque la magia, el retrato de los prodigios, siempre es simplón, en La chaqueta embrujada el nivel sube bastante. Se trata, al cabo, de una americana en cuyos bolsillos aparece dinero, nunca mejor dicho, por arte de magia. El protagonista se hace con tan fabulosa prenda en una sastrería que le recomienda un conocido. Al entrar en el establecimiento, el sastre ya se muestra sumamente solícito con él.
Ya poseedor de la fabulosa americana, le basta con desear una cosa para encontrar en uno de los bolsillos de la prenda el dinero preciso para su adquisición.
Otra de las cuestiones que me resultan muy de la época es la forma en que Buzzati habla de la belleza de las mujeres, entonces todo un símbolo del poder, compañeras de los ricos y los triunfadores en estas páginas. Algo, también, muy de los años 60. Pero de los anuncios publicitarios de colonia, donde el éxito siempre se asociaba a las mujeres fabulosas.
Finalmente, volviendo a la americana, el milanés que la viste -casi todos los protagonistas de estas páginas son milaneses-, comienza a tener cierto cargo de conciencia por ser tan rico sin haber hecho nada para merecerlo, salvo seguir el consejo de un desconocido de visitar una sastrería. Es entonces cuando he comprendido que La chaqueta embrujada es una interesante variación del pacto diabólico y, ya digo, una de las mejores piezas de la selección, a la altura del talento del autor de El desierto…
Nuestro protagonista comienza a intentar regalar la prenda a alguien. Pero, por un prodigio semejante a aquel, merced al cual le fue obsequiada -el sastre insistió en que se la llevase, que ya le pagaría otro día- nuestro hombre vuelve a escuchar la voz de aquel extraño personaje advirtiéndole de que ya es demasiado tarde para desprenderse de la americana. Finalmente lo consigue en un lugar recóndito. Al punto, descubre que ha perdido todo cuanto la chaqueta le dio.
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Y si El huevo me recuerda Milagro en Milán, El perro vacío me ha hecho evocar una cinta de mucha más enjundia del Vittorio De Sica más neorrealista: Umberto D (1952), el jubilado interpretado por Carlo Battisti, quien, tras dedicar toda su vida a la función pública, ya viudo, sin ilusión alguna por vivir, está a punto de suicidarse cuando, viendo lo solo y asustado que se va a quedar su perrito sin él, decide no matarse para seguir cuidando de su pequeño compañero.
La protagonista de El perro vacío es una mujer a la que solo le queda el animal. Fue un regalo de él, de su antiguo amante. El animal tiene cataratas, las clásicas cataratas de los perros y la historia sucede un día de Navidad se trata por tanto de un cuento de Navidad que bien pudiera ser al estilo de Un recuerdo navideño, el conmovedor relato publicado por Truman Capote en un número de Mademoiselle en 1956. La comparación no es baladí puesto que el gran Capote era todo un paradigma del periodismo mientras Buzzati publicaba estas piezas. Pero, sinceramente, aquí apunta maneras pero poco más. Aunque acaba por conseguir llevar al perro a la consulta de un oculista para personas, que accede a atender al perro, un bulldog al que llama Gulb. Finalmente, ella acaba por comprender que el perro no va a servirle de bálsamo a su antiguo amor.
(Continuará)
Publicado el 20 de diciembre de 2024 a las 01:15.